Sunday, December 8, 2013

El Campeón (1939)

Mientras estaba siendo escoltado para su ejecución en Bagumbayan, José Rizal volvió su cabeza,  y mirando a las torres de la iglesia de Ateneo, preguntó: ¿Es aquello el Ateneo?
— Sí,  le dijeron los padres jesuitas.
— Pues siete años pasé yo allí, respondió él. Todo lo que me han enseñado los jesuitas  ha sido bueno y santo. 1

Iglesia de San Ignacio y Ateneo Municipal en Intramuros.


El héroe nacional estudió en el Ateneo de Manila, el cual fue fundado por los jesuitas españoles en 1859, cuando se hicieron cargo de la Escuela Municipal de Manila en Intramuros. Aparte de Rizal, la escuela había producido otros escritores filipinos en español como Wilfredo Ma. Guerrero, Emetrio Barcelon, Sr. y Claro M. Recto. De algún modo se metió un día en mi cabeza la idea de que hay muchos libros en español allá.
— ¿Esto es todo?, le dije sorprendido a la vendedora
— Es lo que veo,  contestó ella con voz inocente y se dio cuenta que  yo estaba decepcionado. 

Encontré sólo un libro en español que estaba disponible para la venta:“El Campeón” por Antonio Abad.

Mi foto del Ateneo Press, ubicado en la Avenida Katipunan, Ciudad Quezón.



La obra a pesar de haber recibido el Premio de Literatura de la Mancomunidad Filipina en 1940, había permanecido inédita hasta hace unos seis meses. Por último, el libro fue publicado por la prensa universitaria del Ateneo, y es el tercer título de “La Biblioteca Clásicos Hispanofilipinos”, la cual es un proyecto del Instituto Cervantes Manila.


La obra constituye un reflejo de la sociedad filipina, y es sobre la vida de un gallo de pelea campeón llamado Banogón. Curiosamente, hay tres manuscritos de la misma novela tal como fue modificada en 1939, 1940, y 1962, pero su origen se remonta a 1925 con la publicación  del anterior cuento corto de Antionio Abad El Dolor Del Viejo Campeón.


Si desea adquirir una copia del libro, puede pulsar aquí para acceder al enlace del Ateneo Press. El precio del libro es de 500 pesos.


1. Vida Y Escritos del Dr. José Rizal. W. E. Retana. 1907
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    De pronto, cuando ya le creía suficientemente enardecido, Laktón voló sobre su enemigo. Había llegado el momento escogido por él para asestarle el golpe definitivo, mortal, que le tendería sin vida en el suelo. Pero Banogón permaneció clavado en el suelo mientras su adversario azotaba inútilmente el viento. Banogón había conocido el fuerte de Laktón, y no se vendió. Y antes de que lograse ponerse en guardia, cayó sobre él apenas tocó la tierra con sus patas. Estalló en las graderías un grito formidable, escapado de mil gargantas. Las primeras gotas de sangre habían enrojecido la arena. Inggoy, sin darse cuenta, había roto con la mano, hiriéndose, una caña de la empalizada. La fiera cuchilla de Banogón había penetrado en la carne de Laktón. ¿Dónde? Nadie podía decirlo.

     Los dos gladiadores habían vuelto a estar frente a frente. Los ojos de Banogón brillaban como dos brasas. Él también había visto la sangre caer como gotas de lacre rojo. Su tarea se reducía ahora a esperar otro ataque de su rival para asestarle otro golpe igual. Laktón empezó a sentir un dolor agudo. “Estoy herido”, se dijo. Y su corazón, bravo y corajinoso, sintió la necesidad de devolverle golpe por golpe. Si Banogón se negaba a seguirle en el aire, su muerte estaba decretada. Desde arriba llovería sobre sus espaldas una andanada de cuchilladas. ¡ A volar ahora!

     Pero al abrir las alas, la derecha se negó  a obedecerle. ¡El cuchillo de Banogón se la había destrozado! Con la fuerza del fracasado salto inicial, Laktón dio una media vuelta. Tuvo que hacer un violento esfuerzo para no caer en tierra y, enseguida, hacer frente a su adversario que, sorprendido con aquel, para él, inexplicable movimiento, se había abstenido de lanzarse al ataque.

     La bóveda de nipa retumbó con el estallido de un segundo grito. La canalla vio que el ala derecha de Laktón colgaba inerte. Banogón comprendió que su victoria estaba próxima, pero no pensó en apresurar su llegada. Él sabía que, baldado como estaba, Laktón podía aún oponer una magnífica defensa ya acaso, asestarle un golpe peligroso si él se acercaba demasiado sin tomar precauciones. A su vez, él se lanzó al aire, y Laktón, incapaz ahora de seguirle, casi se tendió en el suelo con las patas encogidas y las alas abiertas. Así era inatacable y en posición de agredir a quien se atreviese a hostilizarle desdel aire.

     Banogón volvió al ataque, y al encontrar a Laktón en la misma posición, sin darle tiempo a ponerse en guardia, lanzó sobre él, apenas puso la pata en el suelo, una andanada de golpes, hiriéndole bárbaramente espaldas y costillares. Fuera de sí, en el frenesí de su furia homicida, Banogón sintió de pronto que una mano vigorosa le había alzado en vilo por las cobijas y, a continuación, otras manos, más blandas y hospitalarias, lo habían cogido y depositado enseguida a un lado del ruedo, mientras una tempestad de gritos hendía e aíre ensordeciéndole. ¡Había triunfado! su adversario yacía allí, a pocos metros de él, sin vida, sobre un charco de sangre.

Antonio M. Abad
El Campeón
1939